Quería que esta semana el protagonista en el blog fuese un libro y los libros con los que estoy ahora sé que me llevarían bastante tiempo, así que, siendo sincera, me decidí por El alcalde de Zalamea por cortito. Por cortito era la motivación para traerlo esta semana, pero ya había sido elegido mucho antes en mi fuero interno por algo más importante: está escrito en forma del teatro.
Es un género que me atrapa mucho y me encanta leerlo. ¿Hay libros actuales escritos a modo de teatro? Es pregunta retórica que me lanzo a mi misma en este mismo momento en el que escribo. Bien podría investigarlo ahora mismo buceando en internet, pero ahí lo dejo: por si me lo aclaráis, por si lo investigo con el tiempo…
Empecé a leer El alcalde de Zalamea el jueves pasado y me asustó un poco. No es muy de extrañar, la primera vez que fue publicado data del año 1636. Más o menos, porque está un poco confuso y porque incluso se sospecha de una autoría previa por parte de Lope de Vega mucho antes. En resumen, que empezar a leer una especie de castellano antiguo al principio siempre asusta.
Tanto me asustó que decidí que me tenía que leer El alcalde de Zalamea del tirón para que todo fuese más fácil, para que me enganchara y no me costara volver a retomarlo. Así que lo dejé con tan sólo unas páginas leídas para darme el atracón el sábado por la tarde, y no pude hacerlo mejor…
¡Qué tarde más buena!.
M E H A E N C A N T A D O. Me encontré contando las páginas para saber cómo se resolvía todo y no abandonando el libro hasta su última página. Libreta en mano para apuntar curiosidades, más de una investigación en internet para buscar alguna que otra rareza, Google Maps para averiguar el movimiento de las tropas y localizar Zalamea, y pensar y pensar para intentar interpretar alguna que otra frase escrita en ese lejano castellano.
«El alcalde de Zalamea» trata de como un grupo de soldados entran al pueblo de Zalamea para descansar en su camino hacia Portugal. Éstos duermen en casa de los villanos {los habitantes de la villa} y uno de ellos, el capitán Álvaro de Ataide, se enamora de la hermosa Isabel.
Ese amor no es recíproco, por lo que el capitán raptará vilmente a la joven Isabel. Para ajusticiar el hecho, entrará en escena Pedro Crespo, el justo padre de Isabel y finalmente nuevo alcalde de Zalamea.
Ya sabéis por dónde van los tiros de esta historia. Ahora os cuento lo que he sentido.
– Es una obra que engancha desde el principio. Salen al escenario desde el principio casi todos los protagonistas y conoces sus personalidades al instante.
– Los diálogos son ágiles, cortos, rápidos, y eso te hace volar a lo largo de toda la historia. Tres son los momentos en los que los diálogos se hacen más largos y a la vez más poéticos: cuando el capitán se enamora, cuando Isabel llora su ultraje y su padre Pedro Crespo lo teme y cuando Crespo se despide de su hijo que decide irse con los soldados. Tres momentos muy puntuales y muy bien elegidos, porque son momentos muy «sentidos». Esa despedida entre padre e hijo me ha tocado el corazoncito:
En tanto que se acomoda
el señor don Lope, hijo,
ante tu prima y tu hermana
escucha lo que te digo.
Por la gracia de Dios, Juan,
eres de linaje limpio
más que el sol, pero villano;
lo uno y lo otro te digo,
aquello, porque no humilles
tanto tu orgullo y tu brío,
que dejes, desconfiado,
de aspirar con cuerdo arbitrio
a ser más; lo otro, porque
no vengas, desvanecido,
a ser menos; igualmente
usa de entrambos disinios
con humildad, porque siendo
humilde, con recto juicio
acordarás lo mejor;
y como tal, en olvido
pondrás cosas que suceden
al revés con los altivos.
¡Cuántos, teniendo en el mundo
algún defeto consigo,
le han borrado por humildes!
Y ¡cuántos, que no han tenido
defeto, se le han hallado
por estar ellos mal vistos!
Sé cortés sobremanera,
sé liberal y partido;
que el sombrero y el dinero
son los que hacen los amigos;
y no vale tanto el oro
que el sol engendra en el indio
suelo y que consume el mar,
como ser uno bienquisto.
No hables mal de las mujeres;
la más humilde, te digo
que es digna de estimación,
porque, al fin, dellas nacimos. […]
El alcalde de Zalamea. Calderón de la Barca.
– Me ha sorprendido la sutileza con la que se tratan momentos delicados de la historia. Nunca se dice lo que le pasa a Isabel en ese rapto, sólo habla ella de su miedo a lo que debe hacer una vez sucedido: si vuelve a casa volverá sin honor y su padre será mancillado; si se va y huye, hará que el pueblo hable y critique que es cómplice de la infamia. Tampoco se habla expresamente de la muerte del capitán: concretamente se usa la expresión «se le dio garrote» y he tenido que investigar que ello implicaba su muerte.
– ¡Hay personajes extraños! Chispa me ha llevado por el camino de la amargura, a veces he dudado en si era hombre o mujer, y si bien ella parece que sólo se movía con los soldados para «cantar y entretener», ¿ello implicaba algo más?. Y después están Don Mendo, hidalgo castellano, y su criado Nuño… ¿qué pasa con ellos? Están ahí, pero su presencia desaparece como el agua en las manos: ¿una nobleza a penas influyente?

Y aunque todas mis observaciones no os digan nada demasiado explícito de esta historia, tal vez os digan {o al menos eso deseo} que merece muchísimo la pena leer El alcalde de Zalamea, una historia a la que un final justo (para la época) la dota de una especie de moraleja. Algo así como que los buenos, a pesar de todo, ganan. ¿Os suena?.
¡Ah! Se me olvidaba… Otro clásico más, es este caso español, que me da una guantada en la cara para que me espabile y me entere de que los clásicos, casi nunca defraudan. Nos vemos la semana que viene 😉
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