Doce minutos duraba el bus que cogía cada día en mi último trabajo. Doce minutos por la mañana, doce minutos por la tarde.
Al contrario de lo que pueda parecer, se convirtió en uno de los mejores momentos de cada uno de esos días. Tan normal, tan cotidiano y sin embargo, tan gratificante.
La espera hasta que viniese a veces era más larga que el propio trayecto en sí, así que cada día, por costumbre, sacaba mi Kindle y me ponía a leer. A las 7.45 de la mañana, en una parada con un tráfico más abundante de lo habitual, me ponía a leer aunque sólo fuese para un par de minutos.
Y entonces llegaba el bus. Y entonces empezaban esos doce minutos.
Si mi intención al principio fue seguir leyendo durante el trayecto, pronto me di cuenta que era mejor levantar la vista, y ver lo que sucedía dentro del autobús. Eso si, siempre protegida por mi libro: yo estaba leyendo, no husmeando {mi chico diría «gulismeando», como se dice en su tierra, y me gusta tanto que quiero adoptar la palabra. Siento el paréntesis: ¡amo esta palabra!!!}.
Las primeras protagonistas de ese bus fueron un grupo de mujeres de un poco más que mediana edad. Unas veces eran muchas, otras un pequeño grupito, pero siempre siempre, eran muy fáciles de identificar. Se incorporaban al bus en grupo, y en muy distintas paradas, pero todas se conocían. Hablaban alto, muy alto, y por lo que intuí, eran mujeres que se encargaban de la limpieza, hacer la compra y la comida, cuidar a niños, etc; de «familias acomodadas» de Málaga.
Primero se preguntaban por ellas, por la familia, que tal iba la niña en la universidad, pero después llegaba el SHOW. Qué de risas me pegaba, sin que nadie se diera cuenta, de cómo contaban las excentricidades de «sus jefes», algunos de sus líos, o simplemente, cómo echarían de menos al pequeñajo que ya había crecido y se iba de casa.
Qué fantásticas eran esas mujeres. Eran la hostia. Tal vez su economía no fuera la mejor del mundo, tal vez su extracto social no contara con las mejores condiciones, pero qué felices se les veía cuando estaban juntas. Eran el alma de todo el bus.
El conductor decía: «¿No entráis?». Un grupo respondía: «No, que María no ha llegado, que esta noche ha habido fiesta». Pues a esperar a María. «Cuando me jubile, quedamos igual para montarnos en el bus y echar un café». «Si no fuera por estos ratitos…». Y risas, muchas risas. Ya las echo de menos.
Otro día aluciné. De repente se subieron en el bus tres muchachas jóvenes, extranjeras y totalmente ciegas. Iban acompañadas de dos chicas que les ayudaban a manejarse y además, hacían de traductoras. En menos de doce minutos, pues se subieron y bajaron en mi trayecto, me di cuenta de lo importante que es en esta vida TENER GANAS DE APRENDER, cueste lo que cueste, tengamos las circunstancias que tengamos.
Eran turistas, pues las dos traductoras le explicaban cómo llegar al apartamento, si les estaba gustando Málaga y una de las chicas ciegas le preguntaba si podían pasar por una tienda para comprar algo de comida. Imaginaros, totalmente ciegas y turistas. No podían ver, pero sin embargo, ahí estaban intentando descifrar una ciudad desconocida y embeberse de ella. Una ciudad no es sólo lo que ves, es su olor, sus sonidos, su gente, su comida, el sol que te da en la cara o el viento que te corta el cuerpo. Puedes estar ciega, puedes estar ciego, pero puedes seguir disfrutando de todo lo bueno. ¿Hay algo más motivador, más esperanzador? Lo siento, pero a mi me dio un chute de energía elevado a mil.
Y además… las chicas les preguntaban a sus traductoras cómo decir «tal cosa» en español, y las otras les respondían con frases graciosas y de a pié, que ellas repetían riendo. ¿Les servirá mucho el español en sus circunstancias?. Nunca se sabe, ahí estaban ellas para aprovecharlo. Más grandes, imposible.
Una madre, de unos 40 años y muy bien vestida. ¿Abogada?. Su hija, de unos 12-14 años.
Me dejaron perpleja. Madre e hija hablaban de un examen que había tenido la pequeña y de los deberes de casa. Bueno, hablaban… Si se puede decir que hablaban, porque la madre no dejó a su hija decir una sola frase completa. «¿Cómo que no te ha salido bien el examen?. ¿Pero bien o mal?. ¿Pero mal para un 7 o para un 4? Como sea para un 4… Si es que ya te lo dije, que no te concentras, que cuando hay que hacer las cosas, hay que hacerlas bien. ¿Lo entiendes? Bien. ¿Sabes lo que es «bien»?. ¿Que deberes tienes para hoy?. No sales de la habitación hasta que estén perfectos…».
Hasta yo me estresé, ninguna vez en mi vida mi madre me ha hecho pasar por algo parecido. Creo que ni en el trabajo he pasado por algo parecido. Me pregunto si de verdad esa madre hacía lo correcto. ¿Qué me decís?. A veces pienso que nos cuesta tanto trabajo a las mujeres conseguir el mismo reconocimiento que un hombre haciendo lo mismo, que nosotras mismas estamos poniendo obstáculos para hacer ese camino más fácil. Probablemente a esa madre le ha costado «tela», muchísimo, llegar a donde ha llegado. Probablemente esté preparando a su hija para ese duro trayecto. ¿Pero lo necesita?. Por qué no decirle tan sólo un «PUEDES HACERLO». En mi opinión, en mi humilde opinión, las mujeres debemos luchar por la igualdad en todos los campos, pero tenemos que dejar a un lado «ese rencor» por lo que nos cuesta conseguirlo. ¿Y si lo valoramos?. «Me ha costado más, pero igualmente, AQUÍ ESTOY».
Y todas estas historias y muchas más trajeron hasta mí esos doce minutos.
¿Habéis notado un denominador común? Si, son historias de mujeres. Mujeres, porque hombres en el bus, hay pocos. Tal vez nos ganen en fuerza, pero en inteligencia y compromiso, no nos gana nadie.
9 Comments
Los trayectos a la ida y a la vuelta del trabajo son reconfortantes, curativos, el mejor desestresante ¡cómo los echo de menos!
Hiciste lo mejor, aunque sé que el Kindle es una parte más de ti, observar el «entorno autobusero» es más enriquecedor jejejejej
Me gustan tus historias!!
Besitos malvada!!
Es que estás deseando un trabajo más lejos de casa!!!! Jjajajjajaa.
Me gusta que pases por aquí!!!
Besazo grande.
Me repito, siempre, y te lo diré las veces que hagan falta: gracias por este rincón (es un oasis), por hacerlo tuyo, por contarnos cosas tan diferentes y tan tuyas (libros, cine, música, vida…). Por lo sencillo, por poner el acento en lo que en realidad importa.
Esos «doce minutos» me han hecho leerte con una sonrisa en la cara. Y las fotos… ¡cuánto me gustan tus fotos! (hacía mucho que no te lo decía).
Nos estás «bienacostumbrando». Más entradas, por favor.
Un besazo.
Hola Lidia…
Más entradas es lo que quiero hacer, pero al final me meto en tantas cosas que no estoy en ninguna!!!
Yo también me repito, millones de gracias por todos los ánimos que me das siempre, me ayudan a seguir con más ganas aún. Que encima, vengan de ti, motivan más!!!!
Besazo grande.
Ahh!! Y las fotos son de mi IG de cuando estaba en Málaga. Recurrí a ellas irremediablemente 😉
La belleza de lo cotidiano… El disfrute de lo simple… La fuerza del verdadero sexo fuerte… Ésto han evocado en mí tus palabras.
Eres una poética empedernida.
Beso enorme.
Estas entradas tan tuyas, tan de vida… son preciosas y cercanas. Gracias por compartirlas, por escribir para nosotras, por seguir aquí, a pesar del poco tiempo, de las pocas ganas o de todo lo que esté en contra. Eres luz, M. Ángeles, ¿alguna vez te lo habían dicho? Es leerte y sonreír.
¡Mua!
Mil gracias Mónica, me alegras el corazón!!! Qué palabras más bonitas… ;)))
Y tenemos que seguir escribiendo, cueste lo que cueste!!! Te incluyo, que lo sepas.
Besazo enorme.